El héroe se encaramó a una roca. La partida de caza se detuvo a observarle. Sus compañeros repartían las cargas, las piezas unos, las lanzas otros. Quedaron de pie, esperando.
Sabía que otros, como él, eran conscientes de quienes eran. Porque eran capaces de recordar quiénes fueron y, en ocasiones, de soñar con quiénes llegarían a ser. Ese acto era su poder. Alzó la mirada y recordó, sin esperar rememorar nada, y preguntó al futuro, sin buscar nada.
Cuando el acto fue lo único que quedo, sin imagen a la que sujetarse, todo desapareció. Al recobrar la vista, animales y cazadores, la montaña y él mismo, todo fue lo mismo, todo fue real. Después de aquella unión, las formas que le circundaban volvieron, más claras. Todas tenían un significado que debía ser mostrado. Bajó a lo más profundo de la gruta a pintar a su tribu, los animales, el rio, las colinas. El sol también. Todo había sido él mismo. Y los representaba en un paraíso, que no entendía si ya quedó perdido, o sería encontrado.
Más tarde, cuando las llamas cimbreantes de las dos lamparillas de aceite añadían movimiento a los dibujos, fue cuando observó como su sobra se separaba de él, casi imperceptiblemente, perdiéndose en la oscuridad.
La joven trastabillaba intentando mantenerse en movimiento. No le quedaba fuerza ni ánimo. Ella, la heroína de su tiempo, había representado la bajada al inframundo, atravesando cada una de las puertas del camino de descenso, despojándose de sus prendas, de cada aspecto de su alma misma, hasta morir.
En su agonía, sin comprender de dónde surgió, una chispa había comenzado a arder, apenas el recuerdo de la vida. Brotó como una fuerza, aún muy débil, que parecía ajena a ella. Continúo el rito, casi estática. El resto de danzantes se abrió en círculo a su alrededor, intuyendo de alguna manera que era lo apropiado.
Debía renacer, por la generación que engendrarían, por los campos preñados de grano, por sus casas y sus cantos. Un gruñido acompaño el esfuerzo de enderezarse. Desde el vientre mismo se elevó esa fuerza, abrió los ojos y dirigió la vista a los campos, y los campos estaban en su interior. Miró hacia las brumosas laderas del valle, y las sintió en sus entrañas. Continuó ascendiendo hacia las cumbres, y el aire llenó su pecho. Al fin, aún más alto, el Sol, y su destello de luz que lo llenó todo de una luminosa ceguera.
Amanecía cundo salió del templo. En el exterior, un campo cuidado daba comienzo a un camino arbolado. Alrededor algunas risas hacían coro a la mañana, tan vital como solo lo son las primeras mañanas del mundo.
El pasto alto oleaba al viento que arrastró su sombra, alejándola. Retrocedió un instante para rozarle la mano como despedida, y luego la vio adentrarse en las profundidades de la tierra.
A lo largo del tiempo reconoció los astros en el cielo y los dibujó sobre su cabeza, trabajó con los elementos de la materia y los simbolizó a sus pies, acercó a sus semejantes a su lado, y se colocó en el centro preciso. Por la unión del gesto y la palabra dio movimiento a toda la composición.
Y a medida que el mundo era transformado, su interior recogía los paisajes recorridos.
Se levantó del suelo sacudiéndose y cerró los párpados. Entonó una octava y el himno aportó el ritmo que golpeaba al caos, levantando un torbellino que arrastró su propio ser, tras lo que se abrió un espacio de silencio, rodeado por el bramido de un viento denso y feroz.
Esta vez interpeló a su sombra cuando abandonaba el lugar. “¿No permanecerás a mi lado?”
La tenue silueta se detuvo girando su cabeza. Su mirada la interrogó sobre cuál sería ahora su misión.
“Señalar el camino recién abierto”, respondió la sombra poniendo su imperceptible mano en su hombro.
Ella nunca seria sierva, ni suya ni de la verdad que venía a iluminar el mundo. Sería la duda solo visible cuando las luces se amansan, la incertidumbre que atisba detrás de cada realidad para encontrar qué queda aún oculto. El trabajo paciente que al caer la noche imagina el próximo mito que alzará su imagen en el cruce de senderos. Solo cuando ese momento llegue volverán a ser uno, y en perfecta síntesis aunarán toda su fuerza.
Y la sombra se adentró en el torbellino como quien retorna tras un largo viaje.