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Ocultismo en la literatura rusa a principios del s. XX

Contexto

A finales del siglo XIX y principios del XX, diferentes corrientes ocultistas florecieron en Rusia. De especial interés fue la época previa a la Revolución, entre los años 1905 y 1917, en la que escritores, pintores y músicos llenaron sus obras de referencias a las artes ocultas.

Hay que tener en cuenta que es habitual que nuevos movimientos ocultistas surjan durante los períodos de crisis, cuando los valores establecidos ya no corresponden a los cambios que se están produciendo. Por esa razón, la gente acude a las ciencias ocultas para obtener certezas que no es capaz de adquirir por otros medios más convencionales. Ese comportamiento ocurre tanto a nivel individual como a nivel de una sociedad entera.

La crisis espiritual en la Rusia de la época zarista tardía, al igual que en el resto de Europa, se debió a la sensación de insatisfacción con el racionalismo, el materialismo, pero además, en su caso particular, a la obsolescencia de la Autocracia, a la industrialización y la modernización. La época moderna trajo nuevos valores como el individualismo y el disfrute de la vida, lo que iba en contra de los valores ortodoxos y de la intelligentsia (élite intelectual).

Tras la Revolución de 1905, la popularidad del ocultismo en Rusia aumentó, pues las restricciones legales para crear diferentes organizaciones esotéricas se vieron reducidas. El Espiritismo, la Teosofía y la Antroposofía pasaron a formar parte de la cultura general. Las doctrinas ocultistas atraían, en su mayoría, a personas desencantadas con el materialismo, y el orden político y social: artistas, mujeres y los radicales de la izquierda y la derecha.

Es evidente que el ocultismo fue una respuesta a la incertidumbre, pero también una forma de entretenimiento que servía para llenar el vacío espiritual de los individuos abocados a la soledad en las grandes urbes de la época moderna. Literatura, cine, teatro, panfletos, periódicos hablaban de eventos sobrenaturales y estaban al alcance de todos los públicos.

A menudo, los periódicos ridiculizaban las creencias supersticiosas de los habitantes provinciales y elogiaban el pensamiento racional. Los lectores disfrutaban de las historias al identificarse con los investigadores que aplicaban el pensamiento lógico y se reían de los personajes crédulos. Otras publicaciones afirmaban que las historias que publicaban eran ciertas, por lo que la creencia y la falta de ella se juntaban en los mismos periódicos de manera ambigua.

Konstantín Somov, Incubus (1906)


Por su parte, numerosos artistas pertenecieron a grupos ocultistas y explotaron esos conocimientos en sus creaciones artísticas. En la literatura, fueron los simbolistas quienes acudieron a esas fuentes en busca de inspiración.

El simbolismo

El simbolismo en Rusia comienza a principios de la década de los años 90 del siglo XIX con la publicación de una lección impartida por Dmitrii Merezhkovskii (1865 -1941), quien lo había aprendido de los simbolistas franceses. En ella argumenta que la necesidad de la fe y la imposibilidad de la fe habían sido demasiado grandes, y predice que la fe creadora del Simbolismo, al explorar el alma humana y otros mundos, conducirá a una nueva cultura basada en la creatividad, la belleza y la libertad emocional. Con esa afirmación, Merezhkovskii, otorgó al simbolismo la capacidad de convertir la creatividad artística en una actividad metafísica.

Los poetas simbolistas rusos que más destacan son Konstantin Balmont, Valery Briusov, Andrei Bely y Zinaida Gippius. Otros escritores relacionados son el escritor Fedor Sologub y el pintor Mijaíl Vrubel.

Ideas principales

Los simbolistas se convirtieron en los portadores de las ideas ocultistas al creer que la realidad terrenal era un símbolo de una realidad superior, a la que solo el artista tenía acceso gracias a su intuición. Además, creían que la palabra tenía un poder mágico y, por lo tanto, la capacidad de crear una nueva realidad, pues su fuerza residía en el sonido y no en el significado. Una idea que habían tomado de los egipcios y los cabalistas.

Los simbolistas rechazaban el racionalismo y elevaban la imaginación sobre la razón, lo subjetivo sobre lo objetivo. Fueron los primeros en inclinarse por los sistemas ocultistas para buscar una forma de unir la intuición con la lógica. Lo hacían modelando el lenguaje a la manera de los magos, construyendo un nuevo lenguaje a través de los símbolos (sonido, ritmo y rima) que les conduciría a una nueva vida en un mundo que estaba por llegar. A través de las palabras, buscaban superar el tiempo y el espacio, e incluso alcanzar la eternidad.

Entre sus fuentes de inspiración se encontraban, por un lado, las doctrinas esotéricas occidentales y, por otro, el folclore ruso. El lenguaje que utilizaban los poetas guardaba similitud con los encantamientos mágicos procedentes de la cultura popular, mientras ellos mismos se percibían como poetas-magos que hacían magia con las palabras con el objetivo de dominar el caos.
En torno a 1900 predominaba una creencia apocalíptica. Los simbolistas creían que el fin de su mundo sería el fin del mundo, y esperaban que al Apocalipsis le siguiera el Reino Divino en la Tierra.

El satanismo

En su búsqueda de nuevos valores, los simbolistas profesaban un gran interés por la figura del Diablo. Lo consideraban como una figura trágica que había desafiado a Dios y, por tanto, a la autoridad y la moral convencionales. Como fuentes de referencia e inspiración tomaron las obras de Alexander Pushkin (Demonio) y de Lermontov (El demonio), las figuras de Mefistófeles de Goethe, Lucifer de Milton o el héroe byroniano. Otra de sus grandes influencias fue el simbolismo francés (Baudelaire, Rimbaud o Verlaine) y su fascinación por la idea del mal que habita dentro del ser humano.

A pesar de las escasas referencias a la práctica del satanismo en Rusia a principios del siglo XX, es a través de la expresión simbólica en la literatura y las artes donde más la podemos percibir. Los que más desarrollaron la idea del satanismo fueron los simbolistas, explorando el lado más oscuro de la naturaleza humana. Por norma general, la inclinación hacia lo satánico funcionaba como una forma de protesta, rebelión y escapismo, por parte de los artistas, de un mundo que detestaban. También era una manera de superar su desilusión con el Cristianismo y una respuesta al caos tras la Revolución fallida de 1905. Al igual que el sexo y la violencia, eran una forma de protesta contra los tabúes. Además, siendo un tema sensacionalista, el satanismo se vendía muy bien.

Autores

A los simbolistas les gustaba provocar utilizando temas satánicos y eróticos con la intención de impactar a la burguesía. La figura de Lucifer resultaba apropiada para personificar la idea del artista como mago y creador.

Kosntantín Balmont (1867 – 1942), poeta y admirador del simbolismo francés, Poe y Nietzsche, se exilió a Francia entre 1905 y 1913 por su poética antizarista, aunque, en realidad, lo que trataba era unir su visión de los acontecimientos de 1905 con lo oculto, utilizando los hechizos del folclore eslavo.

Zinaída Gippius (mujer de Merezhkovskii, 1869- 1945) en su obra Iván Ivánovich y el demonio retrata al Diablo como un tentador del ser humano, en La muñeca diabólica, los hombres son unos títeres de Satán. También se ven en sus obras las ideas tomadas de la Antroposofía sobre el antiguo Egipto, la Babilonia o la Atlántida.

Andrei Bely (Borís Bugáiev, 1880-1934) fue seguidor de la Teosofía y la Antroposofía. Incluso fue bautizado por Rudolf Steiner, el fundador de la corriente antroposófica. En su obra La paloma de plata (1909) el protagonista Darialsky cae víctima de las fuerzas oscuras en forma de un culto secreto profesado por una secta cristiana de las Palomas. Es utilizado por los miembros de la secta para engendrar un niño que será el redentor de este mundo. En la obra, el autor explora el alma y la psique rusa, y busca una solución para esa oscuridad que las invade. Los elementos paganos, los encantamientos y los ritos de los campesinos se identifican como una fuerza amenazadora. La obra refleja los ánimos apocalípticos propios del momento.

Valerii Briusov estaba interesado en el Espiritismo como una vía de conocimiento no racional y solía participar en sesiones espiritistas. Rechazaba la religión, era político solo cuando le convenía, se veía como el maestro de su propio universo y su vida imitaba el arte de forma calculada.

Desde su adolescencia, Briusov había empezado a adaptar la imagen y el comportamiento, además de los textos, de un artista decadente, a la manera de los franceses. Construyó una fuerte imagen psíquica de sí mismo, portaba un aura misterioso y siempre vestía de negro. Andrei Bely consideraba que practicaba la magia negra y le dedicó su poema Mago. Balmont también le dedicó un ciclo de 15 poemas. Según Gippius, nadie expresaba el erotismo diabólico como él. Briusov no desmentía las habladurías de que era un mago negro. Por otro lado, no era un místico -aunque sí participaba en sesiones espiritistas, asistía a reuniones de grupos teosóficos, clases de yoga y meditaciones-, más bien, trataba de escapar del racionalismo y de lo socialmente aceptable por la vía del Espiritismo. Hay que apuntar que las sesiones espiritistas proporcionaban un entorno donde se permitían actitudes eróticas entre los participantes inadmisibles en otras circunstancias.

Briusov buscaba imitar el arte en su vida. Eso se ve en su relación con Nina Petrovskaia (1884 -1928), una joven poeta y mujer del publicista Sergei Soloviev. A los 19 años, Nina, ya habiendo tenido una relación con Balmont y Bely, se fue acercando a Briusov (casado también) para vengarse de Bely. Corrieron rumores de que los dos habían hecho un ritual de magia negra para que Bely recuperara el interés en ella. Briusov y Petrovskaia tuvieron una relación de 7 años que conllevó problemas mentales, adicción a la morfina y pactos de suicidio. Para ella, esa relación era como un pacto con el mismísimo diablo y acabó en suicidio de ella.

Ese triangulo amoroso sirvió de base para la novela de Briusov llamada El ángel de fuego (1907), donde se tratan temas como la posesión erótico-demoníaca, la adoración del diablo, la magia negra y la brujería.
El compositor Sergei Prokofiev (1891 – 1953) compuso una ópera con el mismo título en 1919.

Para Fedor Sologub (1863 -1927), influenciado por los satanistas franceses, el mal predominaba sobre el bien. Como consecuencia, expresó su desencanto con la sociedad y la política en su novela satírica El pequeño demonio (1905). También escribió una serie de poemas sobre el Diablo, brujería y monstruos.

La obra de Leonid Andréiev (1871 – 1919) se caracterizó por su interés en las oscuras profundidades del alma humana. En su novela inacabada El diario de Satanás (1919 ), Satanás adapta la forma de un millonario y baja a la Tierra sólo para descubrir que los humanos se han vuelto más ingenuos que él a la hora de obrar el mal.

El pintor Mijaíl Vrubel (1856 -1910), tras una reflexión personal, rechazó la religión cristiana, no tenía un compromiso político pero sí tenía una visión de que el viejo orden debía llegar a su fin. Influenciado por la ópera de Anton Rubenstein El demonio y el poema de Lermontov con el mismo título, el Diablo se convirtió en la figura central de su obra. Vrubel padeció trastornos mentales debido a la sífilis (además del abuso de alcohol y drogas) y pasó un tiempo en una clínica. Para los simbolistas era un genio loco porque dejaba que lo peligroso invadiera el inconsciente. Briusov admiraba las pinturas del Demonio representado Vrubel e incluso le dedicó un poema al pintor.
Su última obra por encargo fue el retrato de Briusov que no llegó a finalizar.

Retrato inacabado de Valerii Briusov, Mijaíl Vrubel (1906)

A modo de conclusión

Como vemos, los artistas de esa época, desarrollaron un gran interés por lo oculto, la figura del Diablo o la magia como una forma de rebelión contra las normas y los valores. Los escritores usaron el satanismo como otra herramienta literaria, pero no eran más que recursos para llevar a cabo su expresión artística con el fin de provocar y escandalizar a las masas, y rara vez iban más allá.

Antes de la revolución, los grupos ocultistas que existían en Rusia descendían de las organizaciones occidentales o mantenían con ellas una relación estrecha. Tras la Revolución de 1917, el contacto se rompió, por un lado porque resultaba sospechoso y por otro, porque gran parte de la población educada emigró a principios de los años 20.

Con la nueva estructuración social, el interés en lo místico se consideraba digno de sospecha, por lo que los ocultistas se aislaron y pasaron a la clandestinidad.