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Una antigua historia de fantasmas

La creencia en la existencia de fantasmas implica otra creencia previa, que algo en nosotros es capaz de transcender a la vida corporal. En correspondencia, la idea sobre qué es ese algo y cómo es su existencia, condiciona cómo esos fantasmas se comunican con nuestro mundo.

La arqueología y la antropología nos sugieren que esas creencias son muy antiguas, y ya las encontramos en los primeros textos escritos. En la antigua Mesopotamia, la diosa madre Nintu crea a los humanos amasando tierra con la sangre de un dios sacrificado. Esta sangre, al tener procedencia divina, sobrevivirá a la muerta física, conformando el espíritu que transcenderá, dejando atrás al cuerpo que procede de la tierra, y al intelecto que, si bien era un regalo divino, se consideraba perfectamente humano.

Esta parte espiritual, el etemmu, irá a vivir a un mundo que se encuentra bajo tierra. La asociación del inframundo con el infierno es inmediata, infierno del latín infernus significa inferior, pero no tiene ninguna relación aún con un lugar de castigo. En esa ciudad oscura no hay ninguna distinción entre buenos y malos, ni aún los actos tienen consecuencias ultraterrenas.

Sin embargo, si alguna circunstancia de la muerte no se ajustaba a lo establecido como correcto, el etemmu no podía realizar el tránsito y se quedaba, furioso y embravecido, entre los vivos, causándoles enfermedades y desgracias. Lo correcto era morir en paz y ser enterrado con ritos y ofrendas. Las muertes violentas por asesinato o accidente, los cuerpos sin las exequias adecuadas, o aquellos que morían en la pubertad sin haber conocido una pareja, habrían de ser amansados mediante libaciones y ofrendas, o harían sentir su ira.

Esta visión de los fantasmas, con variaciones no muy profundas, la veremos repetirse en otros pueblos y momentos.

Hay una coincidencia llamativa con la religión egipcia. Al espíritu también se le llamaba Ardanan miti, cuyo significado, “doble del cuerpo”, es equivalente al del Ka. Aún hoy se pueden encontrar estatuas dobles en donde una representa al faraón físico, y la contigua al doble de ese cuerpo, una suerte de combinación de la energía vital y la conciencia, similar a la psique de la Grecia clásica.

Sin embargo, el poblado mundo de espíritus que interactuaba malignamente con las gentes de las riberas del Nilo, no eran de procedencia humana. Las personas, si no aprobaban el juicio ante el tribunal de Osiris, eran devoradas por Ammyt, lo que provocaba su segunda y definitiva muerte. Por el contrario, aquellas cuyo corazón pesaba menos que la pluma de Maat e iban a vivir una gozosa eternidad en los campos de Aaru, eran llamados Aj, ser benéfico. Estos espectros bienintencionados propiciaron un culto a los ancestros que, si bien hunde sus raíces en las más antiguas prácticas animistas, quedó renovado por la más compleja religión egipcia.

Aunque en la tradición del confucionismo es donde se ha cultivado el culto a los ancestros de forma más prolongada. En china, aún hoy, no solo se celebra el Festival de los fantasmas, un día en el que se abren las fronteras entre los espacios de vivos y muertos, como en el Samaín celta, sincretizado con el cristianismo en la víspera de todos los santos, o Halloween, sino que, además, añaden dos fiestas más, la de primavera y la de otoño, para que los que aún disfrutan de un cuerpo rindan homenaje a los que no.

Si bien hay que aclarar que, en China, además de estos antepasados familiares o espíritus buenos, shen, también están los Kwei, que pertenecen a aquellos que murieron de forma violenta, perversa o sin honor, y que atacan a los vivos para que sus almas les reemplacen en el infierno.

Actualmente la religión popular en china es una fusión del taoísmo, el confucionismo y el budismo. Algunos especialistas apuntan que la principal dificultad que tuvo que afrontar el budismo para su aceptación en China fue adaptar la reencarnación al culto a los antepasados, creencias, en principio, contradictorias.

La transmigración de las almas es una de las doctrinas fundamentales en las religiones más importantes de la India, el hinduismo, el budismo y el jainismo. Según la teoría del karman, las buenas acciones se acumulan en los mundos celestiales, y las malas nos atan al mundo material, por lo que el samsara, el ciclo de las reencarnaciones se mantendrá hasta alcanzar la liberación, el moksa. En principio, no habría lugar para almas vagando por otros espacios alternativos, pero, sin embargo, existen tanto los fantasmas como las ceremonias shraddha, donde se ofrecen pasteles a los antepasados.

Los fantasmas, habitualmente, suponen una suerte de “fallo del sistema” al proceso normal por el que debe discurrir el tránsito de las almas. En este caso, el fantasma aplaza su entrada al samsara en tanto no resuelva un asunto traumático que ha quedado pendiente. También puede ocurrir, en un sentido contrario, que habiendo alcanzado el moksa, renuncie a la entrada en el nirvana, para seguir ayudando a los seres sintientes a conseguir su liberación.

Por otra parte, el sincretismo de creencias diversas es habitual en todas las religiones. El budismo tiene una de sus fuentes en el Bon, una especie singular de chamanismo con un alto nivel de elaboración intelectual. La religión védica, por su parte, no incluía ninguna referencia a la reencarnación, y no es hasta la aparición de los upanisads, posiblemente hacia el sigo VI antes de la era actual, que toman forma el karman, el samsara y el moksa. Específicamente en el Brhadaranyaka-upnaisad, de la escuela del Yajurveda blanco, y en el Chandogya-upanisad de la escuela del Samaveda.

La reencarnación llegará a la Grecia arcaica a través de los órficos y pitagóricos, cuyas ideas sobre el alma contrastarán claramente con la del resto de sus coetáneos, en cuyas creencias no había una visión definida del destino de ultratumba. En la Odisea, Circe emplaza a Ulises a viajar al extremo occidente para visitar las sombras de los muertos, que vagan sin propósito alguno y sin fuerza por una enorme explanada, con el objetivo de conocer el futuro. Y, sin embargo, el mismo Homero, en otro momento, nos habla, por primera vez, de los campos elíseos, campos de los manzanos, a donde van las almas. Hesíodo, a este destino tan triste, el de convertirse en la sombra de un reflejo, le da un giro más esperanzador, y nos habla de la isla de los bienaventurados. En ambos casos, llegarán a estos lugares, aquellos que cumplan dos condiciones, haber muerto en buenas circunstancias y una procedencia aristocrática. Ninguna referencia a la bondad o maldad de las acciones en vida.

Ya en la época clásica los cielos y los infiernos se democratizan, y en esa rica diversidad de creencias del paganismo, tan difícil de entender para las culturas de la Biblia, véanse judaísmo, cristianismo e islamismo, donde la ortodoxia es razón suficiente para la aniquilación, en esta época decíamos, encontramos todo tipo de fantasmas y espíritus de antepasados, en los que los motivos para permanecer apegados al mundo físico son similares a los vistos hasta ahora, no recibir honras fúnebres, defunciones violetas, etc.

Por otra parte, la reencarnación seguirá teniendo presencia a través de los misterios, influenciados por las creencias órficas y dionisíacas, y transmitida a través de algunos de los mitos creados por Platón, en cuya antropología es una tesis central, pero que, como ya vimos en el caso hindú, no supondrán mayor dificultad a las nekyias, los viajes de ida y vuelta al inframundo.

Como en tantos otros aspectos, los romanos no se alejarán mucho, y tendremos los espíritus de los antepasados, los manes benefactores, y aquellos otros resentidos con los vivos, los larvae, cuyo reino será la noche, y llenarán sus cuentos y leyendas.

Si bien las religiones mayoritarias, durante la edad media, intentarán que los muertos sigan los cauces por ellas establecidos, las reminiscencias del mundo antiguo aflorarán una y otra vez, dando lugar a el purgatorio para dar salida a tantas ánimas en pena.

Seguro que queda mucho por decir de los fantasmas en otros sistemas de creencias, como, por ejemplo, el del sintoísmo en Japón, donde la participación de los espíritus en la vida cotidiana ya sea de la naturaleza, los kami, como de origen humano, está normalizada.

Igualmente, queda toda una historia por contar en el mundo moderno, con sus momentos de altibajos, desde la ilustración donde el racionalismo está a punto de acabar con su fantasmal existencia, a la reacción exultante del romanticismo y la literatura gótica, que el cientificismo moderno vuelve a llevar a sus mínimos, para renacer en las diferentes manifestaciones de la espiritualidad moderna. Pero esa ya sería una historia moderna de fantasmas.