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El complemento

Una de las herramientas que el ser humano ha utilizado desde antiguo para experimentar estados modificados de conciencia es su propia energía psicofísica. Y el sexo ha sido el recurso que ha facilitado el trabajo con esta energía. Hay dos tradiciones a considerar especialmente; una es la tántrica, que, tomando diversas formas, ha incidido en ramas del hinduismo, el budismo y el taoísmo; la otra, mediterránea, inicia su rastro por Turquía, Creta y el Mar Negro, en los cultos dionisíacos y el orfismo. Como tantas otras veces, Orfeo, desde la cumbre del Pangeo tracio, intercambia miradas con Shiva, sentado en lo más alto del Himalaya.

Estas corrientes, en primer término, han hecho uso del sexo para el aprendizaje en la sensibilización de la energía, su concentración y su control. Pero además, en algunos casos, se ha avanzado un paso más, trabajando con la imagen que va configurándose en lo más profundo de la conciencia con las grabaciones de las tensiones, emociones, y vivencias en general relacionadas con el sexo. Esta imagen, esquiva pero con la potente promesa de ser el complemento que nos ultime como ser, es alegorizada por Diotima en “El Banquete”. No cuando instruye a Sócrates sobre Eros, sino en el relato sobre Hermafrodito, en el que cuenta de que manera los seres humanos, en un estado originario, estábamos formados por un cuerpo duplicado en todo, pero con una sola cabeza. Los había de tres tipos en su composición, por hombre y mujer, por dos mujeres y por dos hombres. Hasta que en una de las inacabables luchas de Zeus con los hombres, nos lanzó su rayo, dividiéndonos en dos, destinando así a cada parte a perseguir por siempre a la otra mitad, que según el caso, será del sexo opuesto o del mismo.

La utilización del sexo la tenemos claramente ubicada en las ceremonias tántricas o en la orgía dionisíaca. Pero también podemos hallar trazas remotas del acercamiento a este modelo profundo de la conciencia, a este complemento, para la mayor comprensión de cómo somos y el aprovechamiento consciente de su enorme caudal energético, buscando aquellos casos en los que se intenta la recreación del sexo complementario, la vivencia de ser el otro.

En el chamanismo encontramos algunos casos significativos de este intercambio de papeles, por diferentes latitudes, aunque no muy frecuentes.

Estudiosos como Santiago López-Pavillard nos proporcionan la bibliografía necesaria para explorar las transferencias que se dan durante los trances, desde un punto de vista psicobiológico. Anne Bolin, describe casos de conversión del chaman en hermafrodita, o la aparición de dos espíritus de diferente sexo, otros en las que la mujer chamán se descubre con un “corazón de hombre”, y rituales en los que se intercambian los roles sexuales. Susan Ackerman, por su parte, relata cómo en Malasia las mujeres actúan de médiums con los dioses masculinos, mientras los hombres profesan cultos oficiales con las diosas femeninas. Eliade nos da noticia de la transformación de los chamanes en mujeres entre los chuckchi, en el extremo noreste de Rusia, llegando incluso a casarse con otros hombres. También documenta casos en otros grupos esquimales, y en pueblos tan diversos como los Dayacos de Indonesia, los Patagones y Araucanos en América del Sur, y algunas tribus de América del Norte como los Cheynee, Arapaho, etc.

Hay que tener en cuenta que la disparidad de derechos y consideración social entre géneros, distorsiona tanto el fenómeno, como la forma en que se ha estudiado. Las mujeres, por lo general, no han tenido una posición más ventajosa en el chamanismo de aquella que han mantenido socialmente. Véase como muestra de esta discriminación que es común que la mujer chamán tenga un ámbito de operación restringido al entorno hogareño, quedando para el hombre el rito público.

Otro caso destacable de esta segregación se ha dado en el uso de alcaloides, generalizado a lo largo de la historia y las culturas para ayudar a provocar el trance. Pero cuando las mujeres los han utilizado, como en Europa usaron las solanáceas, (beleño, belladona, mandrágora, etc.), fueron considerada brujas, y perseguidas.

Igualmente, cuando durante el trance eran tomadas por el dios o el espíritu, se las consideraba poseídas, y habían de ser exorcizadas. Erika Bourguignon distingue entre el “Trance de posesión”, en el que el individuo es poseído por otro ser que se manifiesta a través de él, en el cual se produce una amnesia con respecto a lo ocurrido, del “Trance” donde no se producen ni la posesión ni la amnesia. También señala que las mujeres han experimentado en mayor medida el “Trance de posesión”, que se ha considerado de menor importancia, ya que el individuo se convierte en medio (médium) del ser espiritual, mientras que el hombre chamán sigue teniendo control durante su trance. Se hace difícil de entender el porqué de esta valoración, cómo puede ser que el trance en el que se consigue apartar completamente el Yo, sea de menor interés. Habría que preguntar a Teresa de Ávila o a la sibila de Cumas.

Relato.

El Complemento.

En el fondo del valle boscoso encontré la puerta. Cuando buscaba cómo abrirla, el anciano que cuidaba de la entrada apareció de entre los árboles. Tranquilamente se acercó y se dirigió a mí. “No entres. Aquí se almacenan construcciones que han sido levantadas con recuerdos. Márchate y construye tu futuro. Es donde espera la única realidad que puedes poner sobre tu mano“.

Como yo permanecía callado esperando, con un gesto rápido abrió la puerta y entró perdiéndose de mi vista. El lateral del muro donde estaba encajada la puerta era un espejo. Pensé que si dejaba allí mi imagen, de alguna manera grabada en su reflejo, el anciano se daría por satisfecho y yo contaría con una referencia si necesitaba regresar. Observe mi imagen hasta reconocerme, y entré. La sala era tan alta y amplia que no alcanzaba a ver ni las paredes ni el techo envueltos en sobras. Grandes pilas de armarios, retratos, estanterías, mesas, cajas, aparatos y telas de todo tipo hacían que tuviera que avanzar aprovechando pequeños espacios vacíos que conformaban intrincados pasillos. Distinguía objetos familiares a cada paso. Paré a observar una pequeña construcción coronada por la estatua de una persona a la que conocía muy bien. Reparé en lo acertadamente que estaban representadas las facciones de su cara.

Seguí adelante por un paisaje en constante cambio. Tras un tabique de piedra una construcción había ardido por completo y aún expulsaba finas columnas de humo. Más adelante, en un recodo formado por muebles amontonados, tomé un marco que descansaba sobre una mesa. Aparté el polvo que cubría el cristal para hallar una imagen de mi pasado. Rememoré la situación a la que hacía referencia. Todo mi cuerpo reaccionó como si volviera a vivirla, con la misma garra que entonces me oprimiera los músculos, el mismo pecho repleto de emoción y los pensamientos que continuarían en mi tanto tiempo después.

En ese momento oí voces. Dejé el pequeño marco caído sobre la mesa y me acerqué al lugar de donde provenían. Frente a mí se abría la amplia explanada de un cráter. Por algunas grietas abiertas se veían discurrir ríos de lava desplazándose con parsimonia. Allí se representaba la escena que acababa de ver en la imagen. También me reconocí a mí allá abajo. Temí por ellos ya que aquel era un lugar cambiante y peligroso. De pie, quieto, les vi representar la escena una y otra vez. Los hechos se repetían pero su sentido era distinto en cada ocasión, la altiva victoria era reemplazada por la derrota, el hecho transcendente perdía toda sustancia, y la finalidad de los actos se desvanecía entre el humo. Solo quedaba repetirla hasta encontrar una solución.

A mi lado, su presencia llegó antes aún que el sonido de sus pasos. Me giré y los reflejos del fuego me permitieron distinguir sus ojos. Aquellos ojos por los que mi alma tantas veces había volcado toda su fuerza. Su voz llegó como un olor del pasado, como una melodía inolvidable. “Libéralos. No están para justificar o comprometer tu futuro. No los relegues al olvido, no hay pena alguna en ellos.” Puso sus dedos sobre mis ojos, cerrándome suavemente los párpados. Luego su mano descendió acariciándome la cara. Llamadlo locura o ingenuidad, pero desde ese momento yo sé el significado de ser tocado por un ángel.

Cuando mis sentidos regresaron fui consciente del silencio. No había nadie conmigo. Me adentré entre los árboles en su búsqueda, siguiendo un impulso que sabía inútil. Enseguida encontré un sendero, sobre el que un cielo magníficamente estrellado me daba acogida. Poco más adelante una pequeña luz esférica flotaba sobre el camino. Me acerque a ella. En el interior del brillo dorado se sucedían las imágenes que representaban aquella escena de mi pasado, solo para mi íntimo recuerdo, sin tener que responder por nada. Sin pena. La esfera era tan liviana que me senté para verla flotar mientras jugueteaba con ella entre mis dedos.