Saltar al contenido

Leonora Carrington, la diosa y el grial.

Hacia 1940 Leonora Carrington escribe La trompetilla acústica, cuyo comentario nos permitiría ir directamente a los tres elementos incluidos en el título. Pero también podemos disfrutar de un camino más largo, así que hablemos primero un poco de ellos por separado, del grial, de la diosa, y de Leonora Carrington.

Sidhe, the White People of the Tuatha dé Danaan, 1954. Óleo sobre lienzo. Colección privada.

Del bardo celta al trovador occitano.

Los relatos del ciclo artúrico comienzan en el siglo V, en Gales, de mano de los bardos celtas, pero no es hasta que llega a manos de los trovadores occitanos que se les añadirá el mito del Grial. Aún no entran en juego los juglares, que son parte del pueblo, pues estamos hablando de un fenómeno que se da en las clases sociales altas, donde solo tienen cabida los trovadores, más cultos y refinados. Veamos cómo se produce ese encuentro.

En 1013 los vikingos daneses se alían con los anglosajones para conquistar a los britanos. Los bretones de Armórica, en el continente, junto con los normandos, parten a la isla en ayuda de los galeses, donde obtendrán la victoria de Hastings, en 1066, tras la cual Guillermo II de Normandía decide coronarse rey. Galeses e irlandeses siguieron luchando juntos contra el poder normando, e incluso consiguen una pasajera unidad en Gales bajo el rey Gruffyd, (1075-1137), pero a su muerte el sistema de alianzas matrimoniales entre galeses y franceses imposibilita la permanencia de un reino galés.

Este es el momento de aparición de las obras de Gruffudd hijo de Arthur, más conocido como Geoffrey de Monmouth, maestro en el Colegio de San Jorge en Oxford, y más tarde obispo de Saint Asaph, en Gales del Norte. En 1135 aparece la primera obra, Las profecías de Merlín, ocasión en la que el mago sale de la lengua galesa, y a través del latín comienza su imparable cruzar de fronteras. Al año siguiente vendrá la Historia de los reyes de Bretaña. Virgilio escribió La Eneida para dotar a los romanos y al emperador Augusto de una ascendencia mítica, la de los héroes troyanos de la Ilíada. Geoffrey de Monmouth utiliza el mismo recurso, pero esta vez los descendientes del troyano Eneas serán los galeses y el duque de Gloucester, hijo natural de Enrique I, para lo que empleará material del mundo clásico, de la tradición bíblica y del folklore céltico galés. Será aquí donde tomará forma el mito de Arturo como paradigma de los valores de la caballería. La tercer y última obra que nos llega de él es La vida de Merlín. Buen conocedor de la literatura latina y la celta, utiliza ambas para la creación de su Merlín, combinando al druida Myrddin de los bosques galeses, que había favorecido con sus profecías la unión de los pueblos celtas contra sus enemigos comunes, con Aurelius Ambrosius, el líder militar romano-britano del siglo V que en algún momento se identificó con Arturo. El Merlín de Geoffrey es un venerable hombre de Dios con la misión de aconsejar a su señor, lo que llevará a cabo mediante su capacidad profética, después de lo cual se retirará del mundo.

Nuevas ideas comienzan a abrirse camino en Europa. En la religión, el culto a la virgen María y el espíritu cisterciense, y en lo profano, la cultura caballeresca, con el Cantar del Mio Cid en España, o la Chanson de Roland en Francia. Esta última es parte del llamado ciclo carolingio, donde se canta aquel intento de Carlomagno, a finales del siglo VIII, de restituir el imperio romano de occidente, que esta vez añadirá las palabras sacro, pues su cabeza visible será el papa, y germano, ya que son sus pueblos los que lo liderarán. En ese ciclo se hará leyenda de Carlomagno y los doce pares de Francia, acompañados del mucho menos conmemorado pero fundamental Alcuino de York, el monje erudito, que se mantuvo junto al emperador para recordarle que no todo se alcanza con la espada, y que forjar un imperio requerirá fortalecer también su cultura y sus leyes. Geoffrey creará para los británicos una imagen similar con Arturo, sus caballeros y Merlín, en torno a la cual se irán agrupando los valores nuevos, el amor cortés, el ejercicio de las armas, la defensa de la religión y el socorro a los débiles.

En 1154 sube al trono Enrique II, britano y segundo marido de Leonor de Aquitania. Aunque formalmente ambos son vasallos del rey francés, el primer marido de Leonor, controlan un terreno ocho veces mayor que el del rey, y forman el Imperio angevino, desde Escocia a los Pirineos, dando comienzo a la dinastía Plantagenet. Sin embargo, en Inglaterra domina la minoría normanda que ve con mejores ojos a los Capetos franceses ya que estos descienden directamente de Carlomagno. Pero Leonor de Aquitania es una mujer excepcional que conoce el poder de la palabra. Ha estado impulsando desde su corte el naciente amor cortés; habla latín, bretón, francés, y las lenguas de “Oc” y “Oil”; es nieta de Guillermo IX, “el primer trovador” y ha crecido entre trovadores occitanos y aquitanos, bardos armoricanos, y poetas andalusíes. Enrique por su parte habla francés, latín y occitano, y también coincide con sus gustos. Como tantas veces antes, reforzarán sus aspiraciones diciéndole al mundo que ellos descienden de un antepasado aún más antiguo que Carlo Magno, Arturo de Bretaña, rey de territorios ingleses y franceses. Encargarán a Robert Wace la traducción al francés del material bretón de Arturo, para sobrepasando la barrera del latín, llegue al pueblo. Con la libertad con que se conciben las traducciones en la época, Wace escribe el Roman de Brut (1155), que incorporará nuevas transformaciones, Arturo ya no muere en la batalla de Camlann, sino que, herido, es trasladado a la isla de Avalón por el hada Morgana; equipará a Arturo con la espada “Caliburn” y un escudo con la imagen de la Virgen; la mesa rectangular de banquete de los códices anteriores, se convertirá en la Tabla Redonda en la que el rey perderá su poder absoluto para ser un “primus inter pares” (primero entre iguales), y allí se sentarán doce caballeros, como fueron doce los pares de Carlo Magno y los apóstoles de Jesús;  e intercalará un periodo de doce años de paz para poder mostrar la justicia, cultura y bondades de aquella corte de Bretaña.

Enrique II y Leonor de Aquitania siguieron reforzando el mito identificando Avalón con la abadía Glastonbury, la cual pasará a ser la primera iglesia levantada en Inglaterra y fundada ni más ni menos por José de Arimatea. Los monjes benedictinos colaboraron con entusiasmo al experimentar la forma excepcional en la que esta nueva historia hace que crezcan las donaciones.

El personaje de Merlín tendrá una aceptación especial, y sus profecías políticas comenzarán a reproducirse por todo el continente. Como muestra, en la península ibérica, el rey Alfonso X el Sabio (1252-1284) en sus cantigas nos relata cómo la virgen María realiza un milagro a petición de Merlín.

María de Champaña, hija de Leonor de Aquitania, cuenta entre sus protegidos con Chrétien de Troyes, un escritor excepcional del que se dice que es el primer novelista en francés, al cual le ha encargado la composición de romances. Ya ha escrito dos de los fundamentales para perfilar el ciclo artúrico, Yvain, el caballero del león y el Lancelot, el caballero de la carreta, en donde, por primera vez, una mujer, Ginevra, toma relevancia más allá de su simple papel de esposa. Siguiendo el ideal de mujer que las damas de la corte de Champaña intentan promover, aparece como una reina inteligente y gentil.

Pero su siguiente obra, será distinta. Chretien escribe Perceval, el cuento del Grial el más extraño libro de caballería, y también el que tendrá una mayor influencia en el tiempo. La primera aparición del Grial es todo un juego de alegorías. Perceval es invitado por el Rey Pescador a su castillo. El rey está tullido a causa de una herida en la entrepierna, por lo que él y Perceval están sentados en un lecho en el centro de una sala cuadrada, que tiene al fondo una chimenea con fuego. Primero el rey le regala una espada a Perceval. Luego aparece un cortejo encabezado por un paje que porta una lanza de cuya punta de hierro mana una gota de sangre. Le siguen otros dos pajes con candelabros, y tras de ellos, una doncella porta el grial, y finalizando el grupo, otra doncella con un plato de plata. Del grial surge una luz tan intensa que el resto de la sala parece oscurecer. El cortejo pasa y desaparece por una puerta lateral. Perceval no pregunta por el significado de lo que acaba de presenciar, y eso le pesará el resto de su existencia, y Chretien tampoco da explicaciones. Solo al final del romance dirá que en el interior del grial había una hostia. De hecho, graal es una palabra francesa que designa una escudilla que se utiliza en las mesas ricas. Aún no es el santo Grial.

La tentación de interpretar las alegorías es enorme, y el material producido con explicaciones ingente. Antropólogos del prestigio de George Dumézil o Lévi-Strauss lo han hecho, junto a filólogos y estudiosos de todo tipo. Se ha creído reconocer el simbolismo de las procesiones de Isis y Osiris o del cristianismo bizantino, representaciones de las funciones sociales indoeuropeas, o las cuatro joyas de los antiguos dioses celtas, los Tuatha De Danann, y por supuesto símbolos cristianos como la lanza de Longinos, y el cáliz donde Jesús bebió el vino y el plato donde comió el cordero pascual en la última cena.

La propuesta que apunta Victoria Cirlot parece más sencilla y real. En 1187 Saladino toma Jerusalén de manos cristianas. Apenas han pasado noventa años desde que el papa Urbano II llamara al inicio de las cruzadas, y Francia y el Sacro Imperio Romano ya está despertando de este terrible sueño, si bien aún queda por delante un siglo de luchas crueles. El marido de María de Champaña, Felipe, conde de Flandes, acaba de volver de tierra santa. El joven rey de Jerusalén, enfermó de lepra, lo que hacía urgente que pasara el mando de la desesperada defensa de la ciudad a alguien adecuado, y Felipe reunía todos los requisitos. Le ofreció el gobierno, pero este lo rechazó. No está claro cuáles habían sido sus intenciones al emprender el viaje, pero antes de partir solicita a la mística Hildegarda que pregunte a Dios por su resultado, por lo que parece que los objetivos que se hubiera planteado eran de importancia y con alguna connotación espiritual. Quizás en este pasaje Chretien haga referencia a la historia de su señor Felipe en Jerusalén, donde encuentra una tierra desolada con un rey impedido por la lepra como la tierra yerma del Rey Pescador, tullido también por una herida que afecta a su capacidad sexual relacionada directamente con su capacidad generadora. A Felipe le ofrecen hacerse responsable de un lugar santo lleno de reliquias, pero él no acepta, y, al igual que Perceval, no indaga sobre las maravillas que se le presentan. A continuación, Jerusalén se pierde, igual que la oportunidad de mantener las reliquias. Y quizás Felipe lamentara después haber tomado esta decisión, al igual que le ocurrió a Perceval. El texto, entonces, representaría de forma alegórica un conflicto interno, utilizando símbolos activos en aquel momento.

Sin embargo, Chretien no dice nada. Muere hacia 1190 dejando la obra inacabada, pero pronto irán aflorando las continuaciones, aunque en prosa. Tendrán como protagonistas a algunos de nuestros caballeros galeses, Lancelot, Perceval y Tristán. Pero antes Robert de Boron culminará la cristianización del mito, dando respuesta a las preguntas que han quedado abiertas. Entre 1202 y 1212 escribirá José de Arimatea y Merlín, donde trazará en detalle la genealogía que lleva desde Arturo hasta José de Arimatea y la sangre de Cristo recogida en el Grial cuando este le baja de la cruz. Ya sí, es el Santo Grial. Además, conectará el ideal profano del amor cortés con el ideal religioso del Grial, la Tabla Redonda de Le Roman de Brut de Wace, y el Santo Grial de Le conte du Graal de Chrètien de Troyes. Las fuentes que utiliza para la genealogía serán en su mayoría evangelios apócrifos, con conceptos procedentes de una tradición gnóstica, y el principal impulsor de la cristianización del reino artúrico será Merlín, consagrado como el profeta del Grial, y a quien le confiere una ascendencia diabólica.

Con estos elementos sorprende encontrar, ya no solo que no tuviera ningún problema con la iglesia, sino también, la gran aceptación y difusión de la obra. Pero es que el José de Arimatea es la historia que ayuda a digerir la dolorosa pérdida de Jerusalén. La ciudad, al ser un objeto, se puede perder, el Grial, inmaterial, no. Las reliquias son piezas inertes que mantienen trazas de lo sagrado, y el Grial es puro espíritu vivo, la esencia misma de lo sagrado.

En el ciclo artúrico en general, y en el mito del Grial en particular, hemos visto que el impulso de algunas mujeres destacables fue crucial. Si bien han sido mucho los pensadores que han visto un paso hacia delante en la aparición del amor cortés con respecto a la situación previa al siglo XII, también han sido muchos los que han criticado su significado desde una perspectiva feminista actual. Posiblemente dos de las primeras en hacerlo fueron Simon de Beauvoir en Segundo Sexo y Kate Millet en Política Sexual.

En las clases altas el matrimonio no tiene ninguna relación con el amor, es un acuerdo entre familias. Como afirma Millet, “La mayoría de los patriarcados excluyen el amor como criterio de selección de consorte […]”. El “amor fino” que es como era llamado en su momento, (amor cortés es una denominación del siglo XIX), casi siempre era extramarital. Se movió en los límites de lo aceptado por la religión, no por el adulterio masculino, pecado con el que lidiaba sin problemas, sino dar valor a la mujer más allá de la maternidad o la utilidad.

Desde San Agustín, la religión cristiana definió dos amores, el “cupiditas”, lascivo e impuro, y el “caritas”, elevado y puro. “El pensamiento clásico occidental solía ver en el amor heterosexual, bien una fatalidad condenada a un fin trágico, bien una unión brutal y despreciable con seres inferiores.” (Kate Millett). Los trovadores, haciendo un ejercicio de realidad, plantean que ambos existen y, de hecho, se entremezclan, si bien idealizan al caballero puro, que es el único que alcanza a ver el Grial y experimentar su misticismo.

Sin embargo, Simone de Beauvoir afirma que en estos mitos se esconden las relaciones de adulterio de las señoras feudales, en concreto afirma que: “[…] Chrétien de Troyes, sin duda para complacer a su protectora, borra el adulterio de sus obras: no pinta más amores culpables que los de Lancelot y Ginebra.” Esta misma afirmación se entrevé tras la parodia del Quijote y su Dulcinea, si bien, también hay un trasfondo de comprensión por parte de Cervantes hacia los dos personajes.

Dos elementos más completan la crítica. Primero el papel de la mujer de objeto de deseo adorado por su belleza y juventud, no por sí misma. Y, por otro lado, la perpetuación de la servidumbre feudal, ahora no hacia el señor sino a la dama deseada. Se sustituye la servidumbre del caballero hacia el señor por el “servitio amoris”.

Sin embargo, aunque con el fin de la Alta Edad Media el ciclo artúrico fue perdiendo su utilidad política y social, quedará bien insertado en el sustrato cultural. Se seguirán escribiendo una gran cantidad de obras referidas a Arturo, Merlín, los caballeros de mesa redonda, y la corte de Camelot. Algunas serán obras maestras literarias, como la que ve la luz inmediatamente después, en 1215 en alemán, el Parzival de Wolfram von Eschenbach, el trovador que escribe desde el castillo de Wartburg, donde hay tres reglas establecidas, Dios, el señor y la mujer amada. Para él, el Grial será la “Piedra de la Luz” traída del cielo por ángeles, y entregada a una orden de caballeros guardianes. También lo serán la obra anónima Sir Gawain and the Green Knigth (1390) y Le Morte Darthur (1470), de Sir Thomas Malory, entre otras muchas. En Le Morte, escrita en la cárcel, la Tabla Redonda fundada por Merlín, acoge a caballeros cristianos o paganos indistintamente, que buscan saber la verdad sobre el grial. Solo Sir Galahad podrá encontrarla porque es puro y perteneces a la estirpe de José de Arimatea, y al linaje de Salomón, y él y sus compañeros tendrán una experiencia mística con la aparición de Jesús.

Mucho tiempo después, en 1867, el Vizconde Hersart de la Villemarqué recoge los cantos populares de la Bretaña en su famoso Barzaz Breiz, y aún encontramos a Merlín como referente de un saber antiguo.

Todavía habrá algún intento de seguir aprovechando su fuerza, como en el caso del nacional socialismo alemán a través de la música de Richard Wagner, pero con un éxito efímero, ligado a su fulgurante ascenso y caída.

Muchas serán las obras de arte, en la literatura, pintura y cine que usarán el amor cortés y el ciclo artúrico como inspiración. Y aquí llegamos a La trompetilla acústica y su autora, Leonora Carrington, que utiliza el mito del grial como apoyo en algunas de las obras más inspiradas que intentan recuperar otro mito, el del culto a la diosa.

La recuperación de la diosa.

Untitled (La Diosa Blanca), c.1958. Óleo sobre lienzo. Colección privada.

El mito de la diosa ha aflorado con fuerza de nuevo y, en parte, ha sido reconstruido asimilando nuevos contenidos procedentes de una sensibilidad moderna. Sin embargo, este renacimiento comenzó hace algún tiempo con varios hitos especialmente sobresalientes.

A finales del s. XVIII, el romanticismo se sintió hechizado por el mundo natural y volvió a poner en circulación el concepto de “Madre Tierra”, creando el clima adecuado para que algunos arqueólogos y estudiosos empezaran a considerar a las diosas griegas como sus encarnaciones.

En 1861 J. Bachofen propone por primera vez la importancia central de lo femenino en las primeras sociedades humanas.

En 1890 se publica La rama dorada, del escocés Sir James Frazer, donde trata los cultos a la fertilidad en los cuales un rey divino de carácter anual, consorte de la Gran Diosa Madre, será sacrificado para luego resucitar. Algunos de los autores que citaremos a continuación se declararon directamente seguidores de Frazer, como son los casos de Robert Graves, Marija Gimbutas, o Joseph Campbell.

Poco después, en 1901, Sir Arthur Evans encuentra un gran número de pequeñas estatuas femeninas en Knossos, y las interpreta como representaciones de la Gran Diosa Madre, con un dios hijo y consorte asociado a ella.

A partir de este momento algunos arqueólogos adhieren a la teoría de Evans, pero es Jane Ellen Harrison, en 1903, la que concluye que aquellas sociedades donde se establece Zeus como dios supremo, anteriormente veneraban a una diosa en los aspectos de doncella y madre.

Uno de los autores clave en la configuración de la visión actual de la diosa es Robert Graves. En 1948 publica La diosa blanca, -obra que no pretendía ser académica, el autor se consideraba un poeta-, que pone a la gran diosa primigenia como figura central de los antiguos mundos griego y celta. Esta diosa aúna las tres facetas, doncella, madre y bruja, y regula los ciclos de vida, muerte y resurrección, haciendo uso de un dios anual como consorte.

Joseph Campbell, que vivió una exitosa carrera de mitólogo y divulgador, desde 1949 cuando publica El héroe de las mil caras, hasta su muerte en 1987, apoyó las teorías relacionadas con las sociedades matriarcales antiguas. Tuvo influencias importantes procedentes de muy diversos campos, Frazer, la antropología de Frobenius, la psicología de Maslow, y otros, pero sobre todo del psicoanálisis, primero a través de Freud, y luego de Jung, integrándose en el círculo de Eranos.

Sin embargo, es otra alumna de Jung, Marie-Louise von Franz, la que más influencia ejerce para cambiar la actitud hacia el arquetipo del eterno femenino, si bien tampoco dedica ninguna de sus obras, desde los años 50 a los 90, específicamente a la figura de la diosa.

En 1961 James Mellart comienza a excavar en Çatal Höyük, y pronto se da cuenta que es una ciudad santuario dedicada a la diosa madre, pero la oposición de muchos otros arqueólogos a esta declaración llegó a tal extremo que el gobierno turco cerró el yacimiento, y no se volvieron a reanudar los trabajos hasta los años 90.

La arqueóloga lituana Marija Gimbutas es otra de las figuras indispensables en el conocimiento actual de las diosas primordiales de la antigüedad. En su Diosas y dioses de la vieja Europa (1974), The Language of the Goddess (1989) y The Living Goddesses (1999) plantea el origen de la civilización occidental en una cultura del este de Europa, con un panteón con preminencia de divinidades femeninas, y una sociedad matriarcal.

Leonora Carrington

La investigadora Masako Nonaka se refería a Leonora Carrington, Remedios Varo y la fotógrafa Kati Horna, como “las tres brujas de la colonia Roma”.

And Then We Saw the Daughter of the Minotaur, 1953. Óleo sobre lienzo. MoMA.

No vamos a rememorar la larga y, a veces, tortuosa trayectoria que acabo con estas tres artistas surrealistas en México, donde establecen una fuerte amistad, un poco al modo en el que lo hacen las supervivientes. Remedios Varo, española, y Kati Horna, húngara, coinciden en Ciudad de México poco después de finalizar la guerra civil española, y Leonora Carrington, inglesa, lo hará a finales del año 42, tras conseguir escapar de España donde sobrevivió a una violación grupal por parte de unos requetés y al internamiento en un hospital psiquiátrico.

Las tres tienen un fuerte bagaje del surrealismo parisino con Bretón, y del psicoanálisis y los arquetipos jungianos. El surrealismo, de forma generalizada muestra a la mujer en dos papeles, el de la inocente mujer-niña, espontánea e irracional, y, en segundo lugar, el de la mujer fatal y objeto erótico. Ellas añaden nuevos elementos. Remedios es estudiosa de Gurdjieff y Ouspensky. Leonor cuando lee La Diosa Blanca de Robert Graves, lo considera la mayor revelación de su vida. En América, además, se sumergen en las tradiciones populares mexicanas, incluyendo la brujería y la magia, y la forma en que se filtran en lo cotidiano.

Exploran las relaciones entre lo femenino y las fuerzas ocultas de la naturaleza. Buscan las apariciones en la historia y en diferentes lugares del arquetipo femenino de la Gran Madre. Los momentos en los que las mujeres ejercieron sus capacidades espirituales reprimidas por el patriarcado. Añadiendo una creatividad desbordante generan imágenes que recrean, actualizan y reviven, la esencia formal tras la Gran Diosa Madre.

Leonor lo hace en pinturas y escritos, entre los cuales, La trompetilla acústica, novela fantástica elaborada a lo largo de la década de 1940, es un delicioso ejemplo. Parece que se escribió a raíz del impacto que le produjo «La diosa blanca» de Graves. Además, utiliza las imágenes alquímicas de Jung, y El Pozo de la Hermandad de la Luz (Lightsome Hall), donde es ingresada la protagonista, funciona con la misma rigurosidad que el Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre, de Gurdjieff.

La trompetilla acústica.

Marion Leatherby, que tiene 99 años, vive en México con su nieto Galahad. Es ingresada en una especie de institución geriátrica, El Pozo de la Hermandad de la Luz. Allí, junto a un grupo de otras residentes ancianas se proponen rescatar el Santo Grial y restituírselo a su legítima dueña, la diosa, de carácter muy diferente al del dios padre.

Siempre me ha intrigado que su furibundo y malintencionado Dios se haya vuelto tan popular. El ser humano es muy raro y no pretendo comprender mayor cosa; sin embargo, me pregunto: ¿por qué venerar algo que sólo te envía plagas y matanzas? Y ¿por qué se el echa la culpa a Eva?[1]

La trompetilla se la regala su amiga Carmela, que representa a Remedios Varo, igual que Marion es la propia Leonor.

“La trompetilla era un bello ejemplar entre los de su clase, […] amplificaba tanto los sonidos que aun las conversaciones más ordinarias se hacían harto audibles para mí.”

Llega a sus manos un manuscrito, llevado a México por un refugiado español, que como ella misma, huye de la guerra civil española. Cuenta el intento fracasado de recuperar el Grial de manos de los templarios, de una abadesa española, Doña Rosalinda Álvarez de la Cueva. El lugar donde se encontraba la institución fue la anterior ubicación de la abadía de Santa Bárbara del Tártaro. Rosalinda, que llevaba viviendo al servicio de la gran diosa madre desde tiempos muy antiguos, descubre el paradero del Grial.

Este maravilloso vaso, como bien lo sabes, está considerado como el cáliz original que contuvo el elixir de la vida y perteneció a la diosa Venus. Cuando la diosa llevaba en su vientre a Cupido apuró el contenido del vaso y dando un salto en su vientre Cupido lo absorbió convirtiéndose así en un dios. La historia cuenta que Venus dejó caer el vaso cuando tuvo los dolores del parto y que al tocar tierra fue enterrado en una profunda caverna habitada por la diosa del Tártaro.”

El Grial permaneció poder de esta diosa, Barbarus, durante milenios, pero en época de las cruzadas fue robado por los templarios y puesto en manos del cristianismo patriarcal.

La biografía de la abadesa y la toma de conciencia de la existencia de la diosa es la señal de comienzo de la rebelión de las ancianas, y también el inicio de la acción que va a salvar al mundo, que entra en una sucesión de guerras nucleares. Este conocimiento las dirige en un proceso de autoliberación, en el que aprenden a reconocer a la diosa dentro de cada una de ellas.

Finalmente, Marion, en un ritual de iniciación, desciende al infierno, donde se encuentra con su doble, que le obliga a saltar dentro de un caldero hirviente, para tras un instante de agonía, renacer transformada, recordando el caldero de Caridwen, y enlazando con la mitología celta y el origen del mito artúrico. Tras la transformación se mira en un espejo y ve una mujer con tres rostros, (en alusión a la Diosa Triple, presente en tantas leyendas, incluidas las celtas sobre Morrigan), “una de las caras era negra, otra roja y la otra blanca y pertenecían a la abadesa, a la abeja reina y a mí misma.” Al regresar a la superficie descubre que sus compañeras también habían pasado por el mismo ritual.

Las imágenes del descenso a los infiernos recuerdan la adaptación de Emma Jung, esposa de Carl Jung, del poema de Juan de la Cruz, «La noche oscura del alma», en la que representa el proceso de individualización, que para Carl Jung tenía una lectura alquímica. Leonor incluye los tres colores del proceso alquímico en los tres rostros, el negro -nigredo-, el blanco -albedo-, y el rojo -rubedo-. La meta de dicho proceso era para los alquimistas la trasmutación interior.

También aparece la relación con las abejas, que académicas como Gimbutas señalaron por su asociación con la diosa en el Neolítico y en la cultura minoica.

Así mismo aparece la idea de que en la brujería sobreviven los ritos prehistóricos de la fertilidad, pero a diferencia de los «brujos populares» de su época, léase Golden Dawn y similares, el poder a la diosa no le fue cedido por ningún dios masculino, sino robado por ellos.  Las ancianas de Carrington cantan y bailan –de noche– al ritmo del tambor mientras invocan a la diosa bajo el nombre de Hécate, porque las adoradoras de la diosa son por definición brujas, pero de una forma más verdadera y antigua que la propuesta por las modas que emergen cíclicamente, funciona como un potente instrumento subversivo, ya que las identifica como mujeres independientes, sabias, conocedoras de la naturaleza, y ejes de la sociedad.

Más adelante, Taliessin, el bardo celta de La diosa blanca, de Graves, que está al servicio de las brujas buscando el Grial desde su pérdida, les relata cómo fue escondido en Irlanda. Tras un terremoto, el lugar donde se guarda fue destruido y, finalmente, el vaso fue llevado por un jesuita y los devotos del Dios Padre Vengativo a una ciudad escondida bajo el banco de Inglaterra.

Al final de la historia, las ancianas consiguen la salvación de mundo restituyendo el Grial a la Diosa, mientras que una nueva era se inicia bajo su signo.

“Y fue así como la diosa reconquistó su vaso sagrado con un ejercito de abejas, lobos, seis viejas damas, un cartero, un chino, un arca de propulsión atómica y una mujer licántropo”.

La Madona de los Árboles, 1954. Óleo. Ubicación desconocida.

[1] Carrington, Leonora. (Segunda reimpresión 2023). La trompetilla acústica. Fondo de Cultura Económica.