No sé qué decir. Se cocina en todas las ollas.
“Se está preparando una comida”.
¿Por cierto, una comida mortuoria, una cena, una “comunión”?
“Una unificación de toda la humanidad”. ¡Es una idea estremecedoramente dulce ser en esta comida uno mismo el invitado y la comida![1]
[1] Los Libros Negros 4, p. 85.
Este fragmento es uno de los más desconocidos del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. En él se menciona el tabú del canibalismo, el rito sagrado y la transformación, algo aceptable para un psiquiatra, pero no cuando se presenta en primera persona. El texto forma parte de Los Libros Negros, que es posiblemente la obra más fascinante y personal del autor. Esta colección de textos representa el encuentro con lo numinoso en una época muy oscura de su vida: la ruptura con la visión científica de su maestro Sigmund Freud en 1913.
Los Libros Negros fueron publicados, tras el éxito de El Libro Rojo, en inglés en 2021 por Sonu Shamdasani, y en español, este pasado año 2024, por Bernardo Nante y su equipo en la editorial argentina El Hilo de Ariadna. Es una obra colosal, privada y numinosa, por momentos aterradora, en la que el propio Jung pierde el control en diversas ocasiones. Han sido editados en formato facsimilar permite, además, consultar el manuscrito original. De hecho, resulta muy interesante leerla en paralelo con la obra de un contemporáneo suyo, H. P. Lovecraft, ya que impresionan las coincidencias en la descripción de «lo primigenio». Cthulhu no se diferencia demasiado de algunas de las visiones arquetipales, como Atmavictu o Abraxas, que experimentó Jung durante este proceso.

Sin embargo, hay una notable diferencia con el Jung de las Obras Completas, especialmente con su versión inglesa por culpa de su traductor R.F.C. Hull, en la que parece un autor moderno, racional y científico. Pero Jung no lo era del todo. Desde su infancia, no dejó de tener extraños sueños y visiones complejas, y así exclamará, en un diálogo con su alma, en Los Libros Negros: «Todas estas cosas me conducen muy lejos de mi ciencia, a la que creía estar firmemente consagrado. A través de ella quise servir a la humanidad y ahora, alma mía, me conduces hacia estas cosas nuevas».[1] Las visiones irracionales de lo primigenio y lo numinoso lo llevaron a cuestionar su ciencia y su conocimiento seguro.
Algo ya sabíamos de estas vivencias gracias a El Libro Rojo, editado también por Shamdasani hace algo más de una década y publicado en español por Nante. Se trata de un infolio, al estilo de un códice medieval, caligrafiado y ricamente iluminado, que describe el «proceso de individuación» de Jung: una bajada al infierno, aunque aún con narrativa, lindando con la ficción, que el autor pocas veces mencionó en vida. Sin embargo, desde su publicación, Shamdasani ya apuntaba hacia otro manuscrito: Los Libros Negros.

Jung trabajó en Los Libros Negros durante veinte años, y en sus páginas convergen prácticamente todas las referencias culturales de su época: Rudolf Otto y lo numinoso, la sabiduría comparada conde Hermann von Keyserling, Richard Wagner y la revisitada mitología germánica, Friedrich Nietzsche y su Zaratustra —que Jung había explorado en uno de sus seminarios icónicos—, la India de Wilhelm Hauer y Heinrich Zimmer o Richard Wilhelm y el saber milenario del Ji-Ying. Estas influencias se entretejen con saberes esotéricos antiguos, bíblicos y gnósticos, configurando el núcleo de la weltanschauung, la cosmovisión, de Jung.
A diferencia de El Libro Rojo, con su cuidada estética y narrativa, Los Libros Negros destacan por su crudeza y espontaneidad. Y aunque mucho contenido lo conocíamos, otro tanto es nuevo y sin «censura». Es un diario íntimo y una bitácora espiritual que revela, sin adornos, las transformativas experiencias de Jung en el mundo intermedio (Zwischenwelt), una dimensión simbólica que explora frente a un mundo moderno asfixiante y lleno de «muertos que no llegan a morir» para peregrinar esclavos en busca de una luz que la Modernidad les niega.
La principal característica de Los Libros Negros es su valor en bruto. No son reflexiones elaboradas ni textos destinados al público, sino anotaciones personales de un viaje hacia lo desconocido. A lo largo de estas páginas, Jung desciende a las profundidades de su propio infierno, enfrenta las sombras de su psique y encuentra una fuente de renovación espiritual. Este descenso no solo implica confrontar el caos, sino también reencantar el mundo: redescubrir la magia y el ritual en la vida cotidiana, volver a comprender el significado del sacrificio y recuperar un sentido de lo numinoso, el mysterium tremendum, que la Modernidad había despojado al secularizar el mundo. Esto obliga a Jung a no juzgar ni epistemológica ni moralmente, lo cual es un gran desafío a nuestro propio mundo dominado por la ideología y el poder.
En este viaje, Jung no solo logra su individuación —la integración de los contrarios en su psique—, sino que también desarrolla un diálogo único con figuras arquetípicas, fuerzas numinosas y los «muertos». Estas figuras, en su relato, no son meros fantasmas, sino símbolos vivos que representan las dimensiones no reconocidas de lo inconsciente colectivo. A la vez, esos símbolos, cuando Jung siente control sobre ellos como sujeto de interpretación, se revelan rápidamente como «entes reales» —como le dice el profeta Elías al propio Jung—, inaugurando la posibilidad de una nueva ontología, una nueva forma de enfrentarse a la realidad.
Por eso impacta tanto cuando Jung narra que Elías —el arquetipo del Profeta—, al reprocharle lo ilógico de que él sea el padre de la demoniaca Salomé —el símbolo negativo transformativo del arquetipo de la Gran Madre—, un símbolo opuesto, le dice: «Estamos realmente juntos y no somos símbolos. Nosotros somos reales y estamos juntos».[2] Y luego le dice «[“] Puedes llamarnos símbolos con el mismo derecho con el que puedes llamar símbolos a tus prójimos reales, si tienes ganas de hacerlo. Pero nosotros somos, y somos tan reales como tus prójimos. No debilitas nada ni solucionas nada por el hecho de llamarnos también como símbolos”».[3] Esta es la afirmación, irracional y visionaria, de la realidad de lo inconsciente colectivo.

Un poco más tarde, entre los volúmenes quinto y sexto de Los Libros Negros, Jung incluso se atreve a enseñar a los muertos —este fragmento sería editado en 1916 de forma privada bajo el título Septem Sermones ad Mortuos (Siete Sermones para los muertos)—, revelándoles lecciones sobre el equilibrio entre lo consciente y lo inconsciente, y mostrando que el sentido de la vida puede encontrarse en el enfrentamiento con lo inefablemente primigenio. Así, los salva de que, marcados por la racionalidad extrema de la Modernidad, deambulen errantes, buscando lo sagrado en los ídolos. Y nos ofrece este camino para salvarnos de lo que diagnostica Peter Kingsley en Catafalque (2021): nuestro mundo ya está muerto. Y mi pregunta ante esta afirmación es: ¿hay alguna forma de salvarnos?
Yo creo que sí, y la clave está en estos textos «esotéricos» de Jung. Por eso, el lector encontrará una riqueza simbólica y una fuerza sugestiva de gran intensidad para nuestro tiempo, una suerte de rito de la psique que nos invita a pensar de otra manera. Jung se interna sin contemplaciones en las profundidades y emerge como un hombre nuevo, alguien que comprende la «realidad» de una forma integrada y plural. Es el Jung-Merlín, el arquetipo del Mago, como lo presentaba Peter Kingsley: una figura visionaria, incomprendida en su tiempo, pero destinada a marcar el rumbo de un nuevo entendimiento de la condición humana. Este mago alquimista no solo transmuta la naturaleza, sino que también busca iluminar la psique colectiva, enseñando incluso a Wotan, el dios de los antiguos germanos, a reimaginar su rol —en un diálogo base para su profético artículo sobre Wotan—[4] en un mundo desprovisto de lo sagrado e imbuido de ideologías.
Las experiencias recogidas en estos cuadernos derivaron en la adopción de la alquimia como el soporte de su expresión simbólica, conectando sus visiones con un lenguaje hermético que sintetiza lo ancestral y lo contemporáneo. Este lenguaje, aparentemente inofensivo y reducido a alegoría por los estándares modernos, le permitió a Jung dar forma a un mensaje que de otro modo podría haber sido descartado como una ruptura de la normalidad, una esquizofrénica locura o, en el mejor de los casos, una obra de imaginativa ficción. Sin embargo, en sus manos, la alquimia se convierte en una herramienta viva para comprender las complejidades del alma humana y su relación con lo primigenio.
Si se leen en conjunción con los volúmenes centrales de la obra de Jung y los seminarios que dictó en años paralelos —que están siendo poco a poco editados—, Los Libros Negros se revelan como una obra clave del pensamiento occidental contemporáneo, una respuesta a la crisis filosófica que vivimos. Es la lucha por devolver al inconsciente colectivo el valor epistemológico que nuestra cultura olvidó y desterró. La pregunta final que me sugirió la lectura de los siete volúmenes fue: ¿y si volviésemos a pensar como los antiguos?
Esta obra monumental, por momentos inquietante y profundamente simbólica, nos invita a reflexionar sobre el papel de la psique y lo imaginal en un mundo que ha perdido su capacidad de asombro y conexión con lo sagrado. Es introducirnos en una cosmología única y, a la vez, reconocible por todos nosotros, la que se esconde en las brillantes sombras de lo inconsciente colectivo. A través de sus visiones y enfrentamientos con lo numinoso, Jung nos señala un camino hacia la transformación anímica, enseñándonos que el descenso al más primigenio infierno no es un acto de desesperación, sino una travesía necesaria para confrontar nuestras sombras más profundas. Este descenso, lejos de ser una mera experiencia personal, se revela como un movimiento arquetípico: el viaje del héroe —que retomará Joseph Campbell— que tras morir sacrificando enfrenta lo desconocido para renacido regresar renovado.
Jung demuestra que en ese enfrentamiento con lo inefable y lo irracional reside la posibilidad de un renacimiento espiritual, no solo para el individuo, sino también para una cultura que ha perdido su orientación en el laberinto de la Modernidad. Este renacimiento no es opcional; es imprescindible para cada uno de nosotros, pues solo al integrar los contrarios —luz y oscuridad, consciente e inconsciente, razón e intuición— podemos recuperar un sentido pleno de lo que significa estar vivos en un cosmos numinoso cargado de misterio y significado.
[1] Los Libros Negros 3, p. 1.
[2] Los Libros Negros 2, p. 73.
[3] Los Libros Negros 2, pp. 88-89.
[4] Obras Completas 10, §371-399.
Bibliografía
Jung, Carl Gustav. Obra Completa. 18 vols. Madrid: Trotta, 2016.
Jung, Carl Gustav. Los Libros Negros. Cuadernos de transformación. 7 vols. Buenos Aires: El Hilo de Ariadna, 2024.
Kingsley, Peter. Catafalque. Londres: Catafalque Press, 2021.