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Siete enseñanzas de Jung a los muertos

Carl Gustav Jung en 1913 rompe con Freud y a continuación tienen varias alucinaciones, para él llenas de significados.  Esa misma primavera tiene visiones que aparecen como sueños, que él, posteriormente, considera premonitorios de la primera guerra mundial que comienza el 1 de agosto. Al inicio de la guerra experimenta como una certeza que su vida no depende solo de él mismo. Ese cambio de perspectiva con respecto a la realidad tiene su reflejo en su psicología analítica, donde el Yo ya no mantendrá una interrelación exclusiva con el inconsciente personal, y en su constitución aparecerá la existencia de un inconsciente colectivo transpersonal.

Constituye la condición previa de cada psique individual, tal como el mar es el portador de cada una de sus olas”.

Se propone desvelarlo y la forma de leer sus significados es a través de los arquetipos. Decide experimentar consigo mismo, y se hace la siguiente pregunta: “Pero, ¿cuál es, pues, tu mito, el mito en el que tú vives?

Contestar a esta pregunta, en la suposición de que sea posible desde dentro de la vivencia de ese mito como verdad cosmogónica, podría ser una de las tareas fundamentales en el conocimiento del propio Yo.

Jung es consciente de que el lenguaje de los arquetipos y del propio inconsciente es el poético. En 1916 escribe una pequeña obra que no publica y solo deja leer a los conocidos. Más tarde pensará que es un error de juventud. Es Septem Sermones ad Mortuos. Estos sermones están aparentemente escritos por Basílides, un gnóstico alejandrino, y toman la forma y el estilo de este tipo de textos, o al menos según lo conocido en aquellos momentos, pues hay que recordar que hasta 1945 no se descubren los manuscritos gnósticos de Nag Hammadi (Egipto). Igualmente es recomendable recordar que el gnosticismo comenzó poco después de hacerlo la era actual, como un movimiento sincrético que aunaba el cristianismo, la filosofía griega, principalmente Pitágoras y Platón, y la concepción oriental de la obtención de la iluminación o el contacto con lo divino a través de técnicas de desarrollo personal, más que a través de la gracia otorgada por un dios. En un principio tuvo un gran prestigio incluso entre los cristianos, como vía para las mentes más avanzadas, pero pronto pasó a ser perseguido por la ortodoxia que siempre prefirió las almas incultas.

En estas siete enseñanzas a los muertos, plantea algunos de los conceptos que serán importantes en los desarrollos posteriores de sus trabajos, especialmente la especial relación entre espiritualidad y sexualidad. Esta forma de imbricarse enlaza con el hermafrodita de Platón y la búsqueda del ser humano por encontrar su complemento[1].

La Nada o lo Pleno lo llamamos nosotros PLEROMA. Ahí dentro se deja de pensar y de existir, pues lo infinito y eterno no tiene propiedad alguna.

Pero lo cambiable es la Creatur; es, pues, ella lo único fijo y determinado, pues tiene propiedades, ella misma es Propiedad.” […] “La diferenciación es la Creatur.”

Si el Pleroma tuviera una esencia, Abraxas sería su manifestación.” “…unifica lo Pleno y el Vacío en su acción.” […] “Es el Hermafrodita”.

Treinta años después vuelve a tratar sobre la “unión mítica”, la “coniunctio” alquímica, cuando escribe “La psicología de la transferencia”, en donde aborda esta delicada técnica, que para él es la clave en el tratamiento psicoanalítico. Plantea que “los contenidos inconscientes aparecen siempre en primer lugar como proyectados sobre personas y circunstancias exteriores”. De estos contenidos, los que no logran integrarse, pueden transferirse a través de la proyección, y de esta forma deshacer el nudo y liberarse. Para desentrañar el simbolismo del inconsciente colectivo, de los arquetipos que esconden tras de sí fuertes cargas emocionales, se ayuda de una obra alquímica del año 1550, el Rosarium Philosophorum. Puede parecer una extraña elección, “pero quien conozca los estudios expuestos en mi obra ‘Psicología y alquimia’ estará al tanto de las íntimas relaciones que existen entre la alquimia y los fenómenos con que debe contar la psicología de lo inconsciente para sus fines prácticos”.

Si bien reconoce en este arte los aspectos precursores de la química, le interesa más el aspecto de “filosofía mística”, que es capaz de “expresar mitológicamente el arquetipo de la unión de los opuestos, es decir, la imagen de la ‘unio mystica’” y “la unión matrimonial de los místicos con la divinidad”.

A través de las imágenes propuestas en el Rosarium Philosophorum entramos en el mundo transferencial, donde cuatro estrellas nos hacen retomar el contacto con los cuatro elementos, y una quinta nos indica el camino a la consecución de la quinta esencia. Donde la pila de mercurio pasa a contener el aqua permanens donde se origina la vida, y el vaso se convierte en útero donde crece el homúnculo. Las siete estrellas nos encuadran en el macrocosmos, y el sol y la luna son padre y madre de la transformación, pasando a ser rey y reina en la tierra y unir sus rosas en cruz para formar la trinidad y, libres de ropajes, desnudar la verdad. Mediante la inmersión en el agua purificante y el calor entramos en el inframundo ctónico, ahora convertido en sepulcro, donde en la hora de la conjunción surgirán los más grandes portentos y la culminación de la unión, ese dejar de ser. Para después, siguiendo las indicaciones, hacer el camino de regreso.


[1] Sobre el Complemento, del mismo autor, en La Cuélebre: https://lacuelebre.com/el-complemento


Notas a Septem Sermones ad Mortuos

La forma y tono de Septem Sermones ad Mortuos pueden parecer difíciles, pero no son sino el recurso de un Jung “inspirado”. Para ello encarna a Basílides, y escribe a semejanza de cómo lo haría un gnóstico alejandrino. 

El gnosticismo nace en el mundo helénico, con centro en Alejandría, en un momento de gran sincretismo, entre la filosofía clásica, especialmente el neopitagorismo y neoplatonismo, y diferentes religiones, cristiana, egipcia, judía, mitraica, mandeista, etc., y toma un aire cercano a otra de las grandes síntesis del momento, el hermetismo.

La elección parece ajustarse al contenido, ya que en su planteamiento enlaza con la idea de la emanación, presente en el gnosticismo, y enraizada en diferentes sistemas de creencias.  

Quizás la representación más nítida del concepto de emanación esté en el Ein Sof Or de la cábala, de donde surge todo universo posible, que va tomando corporeidad a través de las diez etapas de las Sefirot, los atributos de lo divino. Jung lo llama Pleroma, la Nada infinita de lo que todo forma parte, y en donde se escuchan los ecos del Tao indescriptible.

Esta unidad vacía comienza a producir entidades a partir de la diferenciación, donde toman forma los atributos, sujetos al cambio.

Aquí, Jung, da entrada al concepto que posiblemente más define el pensamiento de la India, el de la no-diferenciación. De hecho, cuando hoy se habla de hinduismo, la religión cambiante por definición, estamos haciendo referencia a la rama vedānta advaita. La primera palabra significa “el final de los Vedas”, señalando la transformación que tiene lugar partir del fin de la época Védica. La segunda hace referencia a esa no diferenciación, el universo es uno y todo forma parte de él, indistintamente de si lo percibimos como bueno o malo. En el tantrismo primitivo, Vamanadatta escribirá que todo es manifestación de la fuerza creativa de la Shakti, y así, nada es puro o impuro, porque todo es Shiva.

Los contrarios no son sino la forma en que percibimos las facetas de lo que es igual. Aspectos que se complementan y equilibran, cumpliendo su función de opuestos. Cuando los muertos piden a Basílides que les hable de los dioses, les refiere a Helios, el sol creativo, y al Diablo el que destruye para que todas las cosas vuelvan a la nada.

En la historia misma se dio este juego de opuestos cuando los arios indoiranios llenaron el mundo divino con daevas y asuras. Al separarse, los sánscritos que se dirigieron al Indo fueron resaltando los aspectos de unos y otros de forma que convirtieron a los daevas en dioses y a los asuras en demonios, mientras que aquellos que poblaron las mesetas iraníes hicieron justo al contrario.

Algún dios, nos dice Jung, aún guarda en parte sus opuestos, como Eros, amor y ardor. En la India, Kāmadeva también vuela los cielos disparando flechas con su arco de caña de azúcar. Su nombre no deja lugar a dudas de la conexión entre lo mundano y lo sagrado, Kāma, deseo, y deva, dios.

En los sermones se dice que hay innumerables dioses, todos ellos esperando, en su camino, convertirse en hombres, pues aún hay un cuarto dios principal, el Árbol de la Vida, que marca la dirección evolutiva llenando el espacio de cuerpos, transmutando desde lo inaprensible a lo material y a lo vivo.

Por encima de estos dioses, cercano a la Nada infinita, casi invisible para nosotros, es el lugar de Abraxas. Aún no diferenciado en opuestos, es el acto mismo, que podrá ser bendito o espantoso. Son la dulce Parvati y la terrible Kalí antes de ser ellas mismas, antes de que el acto manifieste su tendencia, es el ser aún expuesto a la nada de la elección.

Jung en su séptimo sermón liberará a los muertos, tan solo cambiando la dirección de su mirada, tomando la que indica el Árbol de la Vida, que no es la de los cielos lejanos, sino la del hombre, apenas un hito entre el macrocosmos y sus inacabables espacios interiores.

El hombre es pequeño e insignificante; enseguida lo dejamos atrás, y así entramos en el espacio infinito, en el microcosmos, en la eternidad interior.