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Tara

Todas estas escenas fueron oídas de la boca de los sabios.
Pero es cierto, ninguna fue relatada como aquí aparece. Son las notas emitidas por un instrumento sin interprete, sonidos que surgen como la llama en el loto.

Lingam 

Al principio de los tiempos solo existía un océano interminable y silencioso, reflejo de un cielo semejante. Sobre aquella quietud se encaramaron las voces de Brahmá y Visnú que discutían cuál de ellos era el más poderoso. Como si el sonido hubiera despertado una fuerza latente, surgió en medio de ambos una columna de energía que hundía un extremo en las profundidades del agua, mientras el otro se perdía en el cielo.

No sabiendo cuál era su causa, decidieron que era ineludible investigar su origen, y para ello cada uno se dirigiría a un vértice, recorriéndolo por completo si fuera necesario. Visnú se transfiguró en un vigoroso jabalí y se sumergió, y Brahmá, como un magnífico cisne alzó el vuelo.

Tanto tiempo se requeriría para exponer solo un lapso infinitesimal de su desempeño que simplemente concluiremos que ninguno consiguió hallar el final. Así, cuando se reunieron de nuevo, Visnú, contrariado, reconoció su fracaso. Por el contrario, Brahmá falseó que había alcanzado la cima, y en ese mismo instante la columna se manifestó como Shiva, quien le presagió la ausencia del culto de los hombres a consecuencia de su mentira, compuesta por la eterna verdad de su altura inalcanzable y el engaño pretencioso de sobrepasar los límites de su propia comprensión. En sentido opuesto, a Visnú le vaticinó una devoción multitudinaria ya que en todo sería como él mismo, asequible al alma humana.

El Señor de Bestias.

La luz del albor, la fusión de los colores, incluso el aroma y textura de la brisa atraían con tal poder a Brahmá que despojado de toda consideración se postró ante la Aurora y le confesó su apetito. Mas ella se consagraba por completo a renacer el universo cada mañana, distinguiéndolas con brillos de distintos matices, y apenas prestó atención a su requerimiento.

Entonces él, fuera de sí por el deseo, la persiguió para tomarla por la fuerza, pero justo cuando iba a consumar la atrocidad, Shiva armó su arco, y le disparó. Bajo la conmoción del flechazo, Brahmá, tomó consciencia del acto que había estado a punto de perpetrar y, horrorizado por las peligrosas consecuencias de aunar la pasión animal a su inconmensurable potestad, le nombró el Señor de las bestias, el que es capaz de situar bajo su mando los instintos.

Yoni

El nombre de Sati lleva por significado “lo verdadero” y ningún otro adorno podría ser más atractivo para Shiva. Ella le encontró en al más estricto aislamiento ascético, pero la dicha sexual que disfrutaron los devolvió al mundo donde acordaron celebrar su matrimonio.

Daksha, el padre de Sati, celebró con una gran fiesta tan reseñable ocasión, pero despreciaba a Shiva por deambular por cementerios, entre muertos y malas compañías, y cuando se inició el ritual sagrado del fuego no le invitó a participar. Ante tal desaire contra su esposo, Sati se inmoló ante todos, entrando en una meditación tan intensa que se prendió llamas. Entonces, a todos los asistentes al festejo, incluido su suegro, les fue otorgado conocer a Shiva el destructor, abandonando el mundo con esta terrible impresión en sus pupilas. Tras recuperar su aparecía habitual, inundado por el dolor, se abrazó al cuerpo de Sati y permaneció inamovible.  

El tiempo transcurría y el amante permanecían inerme mientras el cadáver de la amada se deshacía entre sus brazos. Visnú, compadecido, apartando a Shiva, recogió los restos y los depositó en cincuenta asientos repartidos por la India, para que en cada uno de ellos floreciera una reencarnación de Sati. Allá donde situó la vagina se reveló el yoni, la más imponente manifestación de energía femenina, que hizo carne en Párvati, la amada consorte de Shiva, para que ambos continuaran su romance en la cumbre del monte Kailash.

Tara

Sati, sin lugar a dudas, lucía en sus ojos la belleza de los astros luminosos. Uno de ellos fue depositado en Tarapith, donde se celebraban rituales mortuorios y los cadáveres se abandonaban a su descomposición o eran cremados. En aquel osario abierto nació Tara del preciado resto de Sati, y en agradecimiento fundó un santuario en su nombre.

Un atardecer Shiva paseaba por Tarapith. Tenía por costumbre rondar por los cementerios, donde se encontraba confortablemente alejado de la banalidad de los anhelos mundanos. Allí se produjo su primer encuentro con Tara, pero al mirarla a los ojos fue como si se conocieran desde el inicio de los tiempos, y de inmediato hablaban como los más cercanos amigos. Él le relataba uno de sus viajes hasta un gran reino en África, donde una antigua civilización había escrito en relieves sobre las paredes de sus templos el libro para ayudar a sus muertos a realizar el tránsito. “Escribían con imágenes, y al reconocer que entre ellas abundaban los ojos y las serpientes, sentí que allí habías estado”, dijo él.

“Hace mucho que me liberé de la rueda que nos ata a los lugares, pero tú creas y destruyes, y yo he elegido permanecer para guiar a los seres en ese tránsito, hoy aquí y mañana allá”, respondió ella.

Y volvieron a abrazarse, esta vez sin fin.

Avalokitesvara

Aún la iluminación no había atravesado su cuerpo, ni intuía que pronto alcanzaría la libertad con el sobrenombre de Avalokitesvara. Desde aquellas cumbres, en el techo del mundo, miraba hacia abajo, a los valles, donde sus semejantes llevaban adelante su afán diario de la mejor manera que conocían. Y por esas personas no podía menos que poner la mayor dedicación, además de la sabiduría de que disponían él y sus compañeros monjes, en la tarea que se habían encomendado. Escribían una suerte de manual con el fin de enseñarles los senderos a recorrer cuando la energía abandonara su cuerpo, en aquel estado intermedio de tránsito.

La compasión por el destino de aquellas gentes se condensó en sus ojos, y una lagrima se deslizó finalmente. De ella, alegremente sorprendido, vio brotar a Tara, su compasión la había convocado. Fue invadido por una suave comprensión. Habría que incluir en el texto una recomendación final para el viajero. En último caso, si todo se complica, déjate guiar por Tara.