Hace unos meses escribí dos artículos relacionados con el doble o una visión del doble en distintas culturas y sobre el espejo como visión del doble ( Qué refleja la obsidiana I y Qué refleja la obsidiana II ). Este artículo me gustaría que fuese un apéndice que continuase con la idea del doble como los anteriores, pero quizás desde un punto de vista más personal y menos académico. Para ello, me centraré en este caso en la fotografía como una continuidad de la expresión de lo fantasmagórico del doble hasta nuestros días.
Una diapositiva
Desde que la extensión de nuestro brazo es un aparato conectado con una cámara, nuestra visión del mundo ha cambiado. Ahora todo momento tiene que ser fotografiado, sin saber muy bien porqué, acaba en una red social de forma instantánea, como tratando de dar presencia a nuestra vida en un mundo virtualizado. No es que el móvil sea una extensión de nuestro brazo por ser una herramienta, sino que es la extensión de nuestra vida virtualizada.
Me imagino que como casi todas las personas, tenemos guardadas una amplitud de fotografías que perdemos en una galería infinita, no se vuelven a mirar, y si se miran, muchas carecen de importancia. Incluso podríamos llegar a preguntarnos ¿y esta foto dónde es o cuándo se hizo?, ¿y si mañana perdiese el móvil?, ¿y si no se guardan las fotos en la nube?, ¿qué pasaría con los recuerdos de los últimos años?, ¿ya no existirían? Estas preguntas aluden al recuerdo, pero da la casualidad de que el recuerdo es algo voluble, es algo que puede ser contado de distintas maneras en distintas ocasiones. La foto hace que ese recuerdo tenga algo de veracidad.
Ya no nos preparamos toda la familia para sacarnos una foto durante horas y dejar inmortalizado el momento como un retrato. Pero no dejaremos de rebuscar en la caja de fotos que nunca se ordenaron en un álbum para ver cómo éramos de pequeñas, llorar con las fotos de nuestros abuelos o avergonzarnos de la adolescencia porque esas fotos quedaron materializadas en el papel.
Me pregunto cuántas de esas fotos que tenemos en la galería de imágenes de nuestros dispositivos en realidad recordaríamos sus respectivos momentos sin verlas. Y si los mejores momentos que recordamos tienen su respectiva foto.
Sobre la fotografía
Susan Sontag escribió Sobre la fotografía entre los años 1973 y 1977, cuando fue publicado. Muchas de los pensamientos que rescata sobre la fotografía parecen ecos que podemos escuchar en nuestros días.
Hace no tantos años me di cuenta que la fotografía familiar es un gesto tremendamente burgués y por lo tanto se sostiene bajo un sistema de control, que es el que comenta Sontag. Hablando con una amiga, le comentaba un caso de una fotografía familiar muy antigua que comentaré en los siguientes puntos. La pregunta sincera de mi amiga con su cara de asombro fue la siguiente, – ¿en serio tienes una foto de tus tatarabuelos? -. No caí hasta entonces que el uso de la foto no ha sido siempre como hasta ahora.
Durante la revolución industrial, finales del siglo XIX y comienzos del XX, son las familias más adineradas las que pueden utilizar la fotografía como herramienta artística. Si alguien que no pertenecía al mundo burgués era fotografiado, era casi como usurpado de su realidad sin permiso, no tenía una preparación, si el trabajo ya te había robado el alma, un disparo con una cámara tampoco te pertenecía. La realidad tiene un enfoque vertical.
Sontag habla de que se consideraría una sociedad moderna, aquella que consuma imágenes y a la vez las produzca. Y aunque ha cambiado la fotografía mucho hasta nuestros días, esto se ha multiplicado exponencialmente. El enfoque, aun así, sigue siendo vertical. Porque el poder de la imagen, que muestra el poder de los hechos, va desde arriba hacia abajo.
Una vez más, en el libro, Sontag habla sobre esta relación con el poder y la fotografía haciendo una distinción entre la pintura que es un arte representativo y la necesidad de control de la imagen.
En algunas culturas y a principios de la invención de la fotografía, muchas personas consideraban que hacer una foto era como robarle el alma a una persona, esto ya lo comentamos en otros artículos relacionados con las investigaciones de Frazer. Algunas sociedades originarias tendrían una relación con el pensamiento platónico de la separación del alma y del cuerpo. El cuerpo sería la réplica original y el alma podría copiarse, serían dos manifestaciones diferentes de una misma persona, físicamente distintas, pero de la misma materia y espíritu.
Justamente en ese momento, es en el que la fotografía es poder y posesión. Es la forma subrogada de tener a un familiar, diría Sontag. La fotografía es poseerte en la infinitud de proyecciones de tu espectro.
La fotografía periodística comenzó a utilizarse como complemento de la veracidad de los hechos, si la fotografía se convertía en la realidad, por lo tanto, podía ser un objeto de estudio y de vigilancia. Esto podía usarse como extorsión, como exposición de crímenes de guerra, propaganda y un largo étc.
El documental de My Mexican Bretzel de Nuria Giménez Lorang, es un documental precioso con imágenes que acompañan el diario de Vivian Barrett. En ese diario Vivian habla del hartazgo de su marido que le apunta con la cámara como si fuese un arma y ella se siente la presa. Me parece una acertada forma de expresar en lo que se puede convertir cualquier herramienta.
Si la fotografía es un arma que nos obliga a consumir y ser consumidos en la vorágine de la sociedad actual, esa desposesión de nuestros cuerpos, la disociación entre realidad o virtual, la despersonalización, hacen que la realidad se convierta como en un recuerdo, en algo que puede ser contado de distintas maneras y que esa realidad no te pertenece. Aumenta la deshumanización porque quizás, el recorrido tiene que invertirse y recuperar el alma que nos han robado.
Un selfie peculiar
Muy pocos temas son los que elegimos de forma aleatoria sobre los que escribir o investigar y si crees que han caído de repente, lo suyo es tratar de buscar el porqué.
Hace muchos años, los suficientes como para que esta historia me la tuviesen que contar, mis padres revelaron un carrete con fotos mías de bebé. En una de esas fotos, salía yo superpuesta en una foto de mi bisabuela, la cual había muerto dos o tres años antes de que yo naciera. Mi madre me contó que la cara de mi abuela fue un poema, no le gustó nada esa fotografía casi desde un punto de vista supersticioso.
En mi casa, tanto mi abuela como mi bisabuela paterna, cuando alguien lo les gustaba en la foto, no dudaban en recortarlo y tirarlo. Así que puedes encontrar múltiples fotos casi como mordisqueadas. A mi me hacía gracia, era casi como un ritual que se habían pasado entre madre e hija. Quizás yo de alguna forma conservo eso.
Otro uso de la foto en mi casa y que todavía me pone los pelos de punta es el cambio de decoración que sufre la casa tras la muerte de alguien. El uso habitual es quitarlas o eso he escuchado, en mi casa era al revés, si moría alguien aparecían todas las fotos de esa persona con su respectivo marco en el salón. Ahora cuando voy a casa de alguien y hay demasiadas fotos de esa persona, me suenan las alarmas de lo espectral, la muerte y de que quizás hay un problema sin resolver.
Años después cuando tenía un poco más de consciencia para guardar recuerdos, mi madre y mi abuela me enseñaron dos fotos, me preguntaron – ¿Cuál de las dos eres tú? -. En las dos fotos aparecíamos dos niñas de la misma edad, con la misma longitud de pelo y la postura que me habían enseñado en el colegio para sentarme <<como un sioux>> y la misma cara. La única diferencia era que una estaba en blanco y negro y la otra foto en color, además de las personas que nos acompañaban, claro. Al principio no entendía nada, era pequeña. Mi madre me contó que la de la otra fotografía era mi bisabuela.
Días después y a escondidas, mi abuela me dijo que por favor nunca me pareciera a ella. Cuando fui creciendo mi abuela poco a poco me fue contando sus problemas con su madre.
Con los años, las fotos de mi abuela con mi misma edad y mías se lograban confundir.
Pero hace unos meses, buscando en el archivo histórico de Córdoba, conseguí una foto de mi tatarabuela y ya pensé que ya parecía una broma un poco fea. Todas, una a una, iguales.
Repasé el árbol genealógico buscando si había habido muchos líos entre familiares y no era así. Las ultimas veces que vi a mi abuela recuerdo una conversación con ella hablando de este tema, le comentaba que, si viéndola a ella hacerse mayor era como verme en un espejo envejeciendo, me dijo que yo sería una versión mejor.
La foto podría considerarse como una mera anécdota y en cierto modo, es así. Hay cosas que quizás me gustaría guardarme para escribir en un futuro sobre lo unheimlich de esta historia y así será. Pero lo interesante de estas anécdotas es que tienen un carácter paradójico, inquietante y casi de pensamiento mágico. Gracias a la ciencia podemos saber que existe la genética, pero también que existe cierta transmisión de los traumas familiares. Por ello el psicoanálisis y la psicología, antes de entender esta parte científica, entendían lo importante que es cortar con las experiencias heredadas que no te pertenecen.
El doble, que puede ser nuestra sombra, o una sombra heredada que no queremos que nos persiga. Podemos abrazarla sí, pero no podemos abrazar una sombra de una historia que no conocemos.
La fotografía de fantasmas
Durante el mismo periodo histórico surgen la fotografía, la psicología, pero también el espiritismo. De alguna forma arte, ciencia y pensamiento se unieron de forma inesperada en algunas ocasiones.
El espiritismo tiene una mala imagen por distintas razones, entre ellas la idea de no ser algo científico, por lo tanto, fuera de la razón, pero tampoco lo suficientemente religioso como para ser abrazado por el poder eclesiástico. También un tema que, para algunos, puede estar directamente relacionado con la locura.
Se considera que el espiritismo comenzó en EEUU en 1848 por las hermanas Fox, pero esto también supuso una vía para que ladrones o timadores tratasen de ganar dinero o prestigio. Sobre todo, después de la Primera Guerra mundial y todos los muertos que dejó a su paso, los traumas pasaron a mano de psicólogos sí, pero también de espiritistas.
Muchas de estas estafas consistían en evocar el recuerdo de un familiar que había muerto hace poco, se trataba de hacer una foto a la persona viva con un manchurrón o una máscara detrás para que creyeran que su familiar les seguía acompañando. Jugar con el dolor o la pérdida siempre ha servido tanto en ciencia como en las religiones, porque la certeza o la razón también son enmascarables.
Otro de los temas de la demonización del espiritismo fue lo emancipatorio que supuso para la mujer. La mayoría de ellas, participaron en movimientos sufragistas, comunistas, libertarios o laicos durante esos siglos. Por ejemplo, Victoria Woodhull considerada sanadora magnética y espiritista, fue la primera candidata femenina a la presidencia de EEUU.
En algunas revistas espiritistas que se han rescatado en España desde Murcia, Extremadura, Madrid o Cataluña, podemos ver que en esas revistas se hablaban de sesiones sí, pero estaban llenas de artículos sobre el laicismo en la enseñanza, el derecho de las mujeres, pensamiento filosófico, etc. Estos artículos casi eran más extensos que la parte espiritista, podría decirse que lo espiritual transcendía a un reclamo político y de vida.
Sin embargo, aunque las fotografías fantasmales podemos ver que fueron un fiasco, el deseo por reconstruir lo onírico y lo espectral con las cámaras y la tecnología nunca dejó de cesar como dice Juan Vico en su libro La Fábrica de Espectros.
Ahora podemos reconstruir con la IA a personajes famosos hablando, no hace tanto se intentó dar un concierto de Michel Jackson con hologramas, hemos vuelto a juntar a los Beatles. Incluso nuestra superposición de nosotros mismos en las redes sociales crea un debate de qué hacer con esa <<vida>> cuando morimos.
Si Sontag hablaba del consumo de la imagen en la sociedad moderna, en no tanto tiempo podríamos crear una realidad virtual, con múltiples yos, de almas fragmentadas que incluso podrían consumir a sus propios muertos.
Imágen Portada: fotografía de la película Viaje a la Luna (1902) de Georges Méliès